Seguramente has oído
hablar del colesterol bueno y el malo. Una experta española explica qué
significan estos términos, por qué esta molécula tiene un papel clave en
funciones vitales y en qué casos puede causar graves problemas
Determinados
tipos de lipoproteínas, cuando se elevan demasiado, corren serios riesgos de
incrustarse en las paredes de nuestras arterias produciendo las temidas placas
de ateroma.
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SHUTTERSTOCK
El Homo sapiens es, al igual que el resto de los seres vivos, poco más que un conjunto de moléculas orgánicas ordenadas en el espacio y el tiempo.
De
entre todas ellas, si hay una que destaca por su mala prensa y su estigma de
perdición, esa es el colesterol. Es la biomolécula proscrita, la apestada, la
paria de la química orgánica. Todos han oído hablar de ella pero nadie la
quiere de protagonista en su cuerpo.
Pero
¿qué sabemos realmente de ella?
Pues
lo primero -y, si me apuran, lo más importante- es que sin colesterol
estaríamos muertos.
El colesterol y su importancia para la vida
El
colesterol desempeña un papel decisivo en la ejecución de funciones vitales en
el organismo. He aquí algunos ejemplos convincentes:
1. Es
un componente fundamental de las membranas celulares de los animales
(las células vegetales tienen unas moléculas de función análoga llamadas
sitoesterol y estigmaesterol). Actúa regulando la fluidez de estas membranas a
modo de portero de discoteca; esto es, controlando el “tú sí entras” y el “tú
no” al “fiestón” que hay montado en el citoplasma celular.
2. Es
la molécula a partir de la cual se sintetizan las hormonas sexuales. Sus
estimados estrógenos y/o su valorada testosterona no son más que derivados de
este lípido esteroide formado a partir del ciclopentanoperhidrofenantreno,
esterano para los amigos.
Sin
el colesterol no seríamos más que seres asexuados en lo que a caracteres
sexuales secundarios se refiere.
3.
El colesterol es también precursor del cortisol (hormona
implicada en la subida de la glucemia) y de la aldosterona (hormona
elevadora de la presión sanguínea). Hablando claramente: sin ellas tendríamos
muy mermada la capacidad de reacción rápida ante una situación de peligro o
estrés biológico.
4.
El colesterol es básico en el metabolismo del calcio al ser el
precursor de la vitamina D (por eso esta vitamina se llama
colecalciferol). Sin colesterol tendríamos un esqueleto claramente ineficaz y
con una osteoporosis que nos fracturaría los huesos a la mínima presión.
5.
También el colesterol es el sustrato bioquímico para la formación de
las sales biliares, sustancias que segrega nuestra vesícula biliar y nos
permiten emulsionar las grasas que ingerimos.
6.
En zonas concretas de las membranas (especialmente de las membranas
neuronales), y según estudios recientes, el colesterol (asociado con
glucolípidos y esfingolípidos) formaría microdominios moleculares fuertemente
impermeables e implicados en el rechazo a patógenos como bacterias o
virus.
Entonces, ¿dónde está el problema?
Después
de lo expuesto anteriormente, no se explica por qué nuestro médico tiene tanto
interés en que bajemos la colesterolemia. Vamos a intentar aclararlo.
La
forma que tiene el organismo de mover sustancias por nuestro cuerpo es a través
de la sangre. Pero la sangre es un líquido acuoso y el colesterol es una
molécula hidrófoba totalmente insoluble en medios hídricos. Para poder
movilizarla nuestra fisiología recurre a un invento parecido a los bombones:
las lipoproteínas.
Hablamos
de macromoléculas cuyo relleno sería la parte hidrofóbica (colesterol y
triglicéridos, fundamentalmente). La cobertura de chocolate la formarían
proteínas y fosfolípidos con la parte hidrofílica orientada hacia fuera, lo que
posibilita al bombón viajar a través del sistema circulatorio y al colesterol,
en concreto, viajar subido en este tren.
Pues
bien, determinados tipos de lipoproteínas, cuando se elevan demasiado, corren
serios riesgos de incrustarse en las paredes de nuestras arterias produciendo las
temidas placas de ateroma.
Dicho
en plata, los trenes de colesterol estrellados nos atascan las cañerías.
Pero
no todas las lipoproteínas implican el mismo nivel de riesgo aterogénico. Por
eso, y dado que nuestro colesterol total lo podemos fraccionar según sea la
lipoproteína en la que viajen, las famas de las que gozan los diferentes
colesteroles son muy distintas.
El bueno, el feo y el malo
Existen
cinco tipos de lipoproteínas en nuestra sangre: quilomicrones, lipoproteínas de
muy baja densidad (VLDL), de baja densidad (LDL), de densidad intermedia (IDL)
y de alta densidad (HDL).
De
ellas, solo tres estarían implicadas directamente en el transporte del
colesterol y una de ellas, al elevarse, es la que corre serios riesgos de poner
en jaque nuestras tuberías biológicas.
Estas
tres lipoproteínas generan las conocidas tres fracciones de colesterol:
El bueno
Las
lipoproteínas de alta densidad (high density lipoproteins o,
simplemente, HDL) son aquellas que transportan el colesterol al hígado.
Allí una parte se utilizará para la síntesis de hormonas y lo que sobra se
elimina a través de la bilis hacia el tubo digestivo. De ahí, al exterior a
través de las heces.
Como
el papel de las HDL es retirar colesterol desde los tejidos periféricos (incluyendo
los depositados en las paredes de la arterias) hasta el hígado, a la fracción
del colesterol que viaja en la sangre subida a este tren (el HDL-colesterol) se
la denomina colesterol bueno.
El malo
Las
lipoproteínas de baja densidad (low density lipoproteins o
LDL) son lipoproteínas que liberan colesterol del hígado al torrente
sanguíneo y se asocian directamente con el riesgo de enfermedades coronarias.
Este
LDL-colesterol tendría cuatro efectos nocivos básicos en nuestras
arterias:
1.
Reduce la luz del vaso, disminuyendo el riego sanguíneo en esa zona.
2.
Crea irregularidades en la superficie de sus paredes generando “turbulencias”
en el flujo sanguíneo y retroalimentando la formación de nuevas
irregularidades.
3.
Si las placas crecen pueden atascar del todo la cañería, provocando una
estenosis (estrechamiento) del vaso e incluso infartando el tejido irrigado
(por falta de oxígeno). Si esto nos sucede en la punta del meñique del pie,
posiblemente ni nos enteremos. Pero si ocurre en las arterias coronarias (las
que irrigan el corazón) nos causarán un indeseado infarto de miocardio.
4.
Toda o parte de la placa que obstruye el vaso se puede desprender de la pared.
En ese caso, no celebremos el desatoro. El tapón (trombo) viajará por el
torrente sanguíneo y se volverá a atascar donde menos se lo espere con
consecuencias muy variables. En el extremo del lóbulo de la oreja no nos
quitará el sueño, pero si lo hace en una arteria cerebral, sufrirá un ictus que
le va a quitar algo mucho más grave (cuando no la vida).
El feo
Las
lipoproteínas de muy baja densidad (very low density lipoproteins o
VLDL), al igual que las LDL, son lipoproteínas que liberan colesterol del
hígado al torrente sanguíneo. No obstante, el VLDL-colesterol (con este nombre
tan feo y complicado) se considera un factor de valoración del colesterol menos
relevante que el LDL-colesterol por dos razones.
Primero
porque transporta triglicéridos en mucha mayor proporción que colesterol.
Segundo, porque su determinación analítica es muy compleja y el laboratorio
recurre a métodos indirectos que no son representativos cuando los triglicéridos
están muy elevados en la sangre. En estos casos, el valor de VLDL-colesterol
lía más que aclara.
Ventajas y desventajas de esta clasificación
Se
trata de una clasificación cómoda y fácilmente entendible por un amplio
público, lo que supone una gran ventaja. Además, es útil siempre y cuando los
valores de las fracciones de colesterol no sean considerados solo en
valor absoluto sino que se sopesen estimando la importancia de los cocientes
HDL/LDL y colesterol total/HDL colesterol (índice de aterogenicidad o
de Castelli).
Pero
también tiene inconvenientes. Somos muchos analistas los que pensamos que esta
clasificación puede llevar a generalizaciones erróneas. De hecho, no siempre
tener elevada la fracción HDL supone garantizar un “efecto ateroprotector”.
Además,
las funciones de las lipoproteínas son mucho más complejas que el simple
transporte de moléculas, por lo que se induce al error de creer que unas son
beneficiosas para la salud (HDL) y otras no (LDL).
Conclusión:
el feo no es el VLDL-colesterol, más bien la fea es la clasificación.
*Este
artículo se publicó originalmente en The Conversation. Puedes leer la versión
original aquí.
A.
Victoria de Andrés Fernández es profesora titular en el Departamento de
Biología Anima de la Universidad de Málaga.
Fuente: BBC News Mundo
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