México.-
José Luis Vázquez Gamboa cumplió 45 años. Hubiera
festejado como “Dios manda”, o sea, como cada año, con una gran fiesta a la que
asisten amigos de toda la región del sur del Estado de
México, con cerveza y mole y tamales y música de viento, pero
la pandemia cambió el jolgorio por un confinamiento e
intimidad familiar que concluyó con una invitación de su madre.
—
Fue un pozole dos días después, el 1 de mayo— revela José Luis con exactitud de
movimientos: que se puso el cubrebocas, que guardó distancia en la
mesa, recogió su plato, el vaso y los cubiertos para lavarlos como precaución.
Lo recuerda a detalle porque su mamá es hipertensa y
más vulnerable al coronavirus, razón por la cual había evitado el contacto
con ella en tiempos de COVID-19.
José
Luis trabaja en la administración de un hospital público en Ixtapan de
la Sal donde su mujer, una médica pediatra, debe atender dos días por
semana en el área COVID. Sabía que tarde o temprano podría
infectarse, no violentamente quizás porque son sanos, pero sí con los
síntomas de fiebre y dolores de cabeza, por lo menos.
En cambio, se contagió sin síntomas. Ni siquiera tuvo el cuerpo cortado.
Se convirtió de buenas a primeras en un asintomático. De esos
casos que a ratos no se les pone atención porque, según estudios científicos,
pueden volverse a contagiar; pero, otras veces, son la esperanza que quita el
drama a la enfermedad que suele exhibirse como fulminante, la que asfixia y te
manda al hospital con desenlaces fatales.
“Si no es porque en el hospital nos obligan a hacernos la prueba no me
hubiera dado cuenta”, comenta José Luis.
Hasta la fecha no existen mediciones sobre el número de casos asintomáticos de COVID-19.
Hay sólo cálculos contradictorios. La Organización
Mundial de la Salud estimó al principio de la pandemia que sólo
el 1% de los infectados sería asintomático, sin embargo, algunos análisis
en los cruceros de viaje que se han contagiado se detectó que hasta el
81% de los pasajeros no presentaron síntomas.
En México,
las autoridades sanitarias autorizaron una prueba para medir los anticuerpos en
la sangre para que quienes ya padecieron COVID-19 sepa si desarrollaron
inmunidad. Tiene un costo de entre $45 y $50 dólares en laboratorios privados,
pero no es popular y pocos se a hacen.
Rubén Shturman, médico mexicano especialista en
enfermedades respiratorias, explica que el desarrollo de anticuerpos es una
especie de vacuna natural y
poco a poco, entre más personas sean inmunes, el contagio es menor. “Lo que hace falta medir es qué tan efectiva es la inmunidad y
cuánto dura, si varios meses a largo plazo o menos”.
En ocasiones, a pesar de tener el virus, el cuerpo no desarrolla
anticuerpos. Le ocurrió a José Luis Vázquez Gamboa. “Nos hicimos la prueba de
COVID mi esposa y yo y resultamos positivos, luego hicimos la prueba
anticuerpos y resultó que no los desarrollamos, pero mi niña sí”.
La explicación médica a la falta de anticuerpos es un tema complicado.
Sucede que, a veces, el organismo utiliza linfocitos T de la columna vertebral
para combatir al coronavirus y no necesita anticuerpos para combatirlo.
“Ahora mi hija sí tiene ventajas porque los anticuerpos, pero yo quedé
igual y por eso me cuido igual y tomo las mismas precauciones”, asegura José
Luis. “No he regresado a ver a mi mamá, me preocupé mucho pensando en que pude
contagiarla cuando la visité por mi cumpleaños”.
Miedo a contagiar a otros
Rocío Solís es una comunicadora
de 27 años contratada como freelance por la televisión estatal Canal 22 y una casa productora con la que complementa su
salario para rentar una vivienda compartida. A principios de junio, justo cuando
se iba a mudar de departamento, su roomie le dijo que tenía COVID-19 y le
aconsejó hacerse la prueba.
“Desde que llegó el COVID tomamos todas las medidas a nuestro alcance en
el departamento: no coincidíamos en espacios, no nos acercamos más de metro y
medio, pero aun así me contagié”, recuerda Rocío.
No fue fácil encontrar una prueba porque en las clínicas del Seguro Social no se la
quisieron hacer “hasta que presentara los síntomas”. Ella llamó a sus jefes de
Canal 22 para explicar su ausencia y como un gesto de buena voluntad y
por protección propia le ayudaron a gestionar un test en casa.
Pero los resultados tardaban en llegar y ella tenía que mudarse. Pidió a
su hermano que le ayudara. Se lo pensó un poco. El hermano vive con
sus padres
hipertensos y diabéticos con historial de infartos y
efisema pulmonar. Al final, accedió y mientras cambian los muebles, la ropa y
otros trastes, Rocío quiso contactar a aquellos con quien había tenido contacto
para advertirles.
“La verdad les hablé porque me pareció lo correcto, pero yo estaba
segura que iba a salir bien porque me sentía perfectamente, sólo tuve un poco
de tos y pensaba que era por ser fumadora”.
Sacó cuentas: tenía que llamar a su novio, a sus compañeros de los dos
trabajos, a su mejor amiga y a sus respectivas familias. Su mamá ya lo sabía y
los desconocidos que se hubieran cruzado accidentalmente en su camino ni
hablar, ni como contactarlos.
“Me sentí culpable,
me sentí muy mal cuando me dieron los resultados
positivos”, cuenta en entrevista con este diario. “Resultó que
yo era asintomática, pero nadie sabe cómo puede desarrollarse en otras personas
y ¿si alguno de ellos le iba fatal?”.
Para su sorpresa, la mayoría de los posibles afectados no se enfadó.
Hubo mensajes cariñosos de solidaridad y
hasta le llevaron comida a su casa. No faltaron los cuchicheos, que si ella ya
sabía y no avisó. Su mamá un día le subió el tono de voz en señal de preocupación.
Nada más.
Sus nuevos roomies la sorprendieron por mucho. Le abrieron las puertas,
no la rechazaron a pesar de la alerta. “Si notificaban a la casera que tenía
COVID y se negaban a recibirme no sé qué hubiera hecho porque con mis papás no
iba a ir y ya el otro departamento lo había dejado”, recuerda.
Al final, de la cadena de gente con la que Rocío Solís tuvo contacto,
sólo su novio y su hermano fueron contagiados. En su trabajo también hubo dos
personas, pero es imposible determinar si fue ella quien los contagió o en otro
lado. Lo curiosos es que todos fueron asintomáticos.
“Cuando todo pasó sentí que me quitaba un peso de encima”, concluye
Rocío.
Los asintomáticos suman esperanzas ante el coronavirus porque se cree
que, al ampliarse más el nivel de tolerancia e inmunidad habrá una inmunidad
general, sin embargo, la OMS advirtió que
para que la “inmunidad
de rebaño” se consolide tendría
que haber entre el 50 y el 60% de la población mundial
con anticuerpos y eso sólo podrá lograrse con la vacuna.
Fui a la fábrica
En el tiempo en que Nancy
Sanabria tuvo COVID-19, hizo su vida normal. Siguió
cantando como mariachi en eventos particulares de Atlanta, Georgia, el estado
que aceleró más rápido su reapertura y fue a la fábrica de costura como todas
las mañanas, cumplió un horario encerrada en un espacio con 50 personas
más y regresaba por la tarde a ver a su hija y su marido.
No se sentía mal. Tenía algunas molestias casi imperceptibles y no les
dio importancia porque pensó que si fuera coronavirus la situación sería más
difícil, los síntomas más duros. A ella sólo le dolía un poco la cabeza y
cuando comía la comida le parecía sin gracia, insípida e inodora. Desabrida.
“Pensé que eso era por el polen, que eran las alergias”, detalla.
Cuando su esposo tuvo fiebre, dolor de articulaciones y perdida del
olfato se hicieron las prueba. Ambos resultaron positivos. Pasaron la
cuarentena, nada se complicó, pero quedó la experiencia y la claridad de por
qué se aconseja cerrar los lugares de trabajo.
“Ahora mismo no sé si contagié a alguien porque en ese tiempo que lo
tenía me hicieron ir a la factoría mientras me entregaban los resultados de
Covid. Me dieron que fuera que porque no tenía síntomas”.
0 Comentarios