Unos
sueñan con el momento en que puedan volver a tomarse una cerveza con los amigos
o juntarse a cenar. Otros dicen que lo que más les hace falta es regresar al
gimnasio, ir al cine, a un concierto, o simplemente pasar una tarde en familia.
Pero
lo que todos parecen extrañar, independientemente de sus intereses personales,
es un dar y recibir buen abrazo.
El
contacto físico es algo fundamental para los seres humanos y su ausencia
debilita nuestras relaciones más cercanas, le dice a la BBC Robin Dunbar,
profesor de Psicología Evolutiva de la Universidad de Oxford (Inglaterra).
“Ese
tipo de contacto más íntimo —un brazo alrededor del hombro, una palmada en el
brazo y esas cosas reservadas para las amistades cercanas y los miembros de la
familia— son realmente importantes”, señala el investigador.
Son
gestos que nos hacen sentir más felices, reducen nuestros niveles de ansiedad,
estrés y nos generan confianza en los otros.
En
medio de la actual pandemia de coronavirus, que se transmite principalmente
cuando inhalamos las microgotas que expulsa una persona infectada, los abrazos,
por razones obvias, se han convertido en un vestigio del pasado.
¿Pero
qué tan riesgoso realmente es abrazarse? ¿Y hay alguna forma de hacerlo en la
que los riesgos puedan reducirse a su mínima expresión?
Con mascarilla, mirando para lados opuestos y sin
respirar
Según
Linsey Marr, investigadora especializada en la ciencia de los aerosoles de
Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia, en Estados Unidos, el
riesgo que plantea un abrazo breve, sobre todo si se toman ciertas
precauciones, es relativamente bajo.
Marr
llegó a esta conclusión basándose en cálculos elaborados a partir de modelos
matemáticos que muestran cómo se comportan los virus respiratorios en el aire
durante un encuentro cercano físico cercano.
A
partir de allí, calculó, tomando como ejemplo un caso extremo (es decir, un
abrazo donde las caras están muy cercas y una persona infectada tose sobre la
otra), cuántas gotas puede inhalar una persona de la tos de otra que está
infectada, así como cuantas pueden caer sobre sus ojos, nariz y boca.
El
resultado fue que dado que la mayoría de estas gotas —que pueden variar
enormemente en cuanto a su carga viral- caen al suelo, y que de las partículas
que quedan suspendidas solo algunas son infecciosas, la persona sana podría
estar expuesta solo a unos dos virus.
Por
lo tanto, dice la investigadora, si las personas que se abrazan “tiene
mascarilla, miran para lados opuestos, no tosen y no hablan mientras se
abrazan, el riesgo es muy bajo”.
“Cuanto más
rápido mejor“, añade, en referencia a la duración de un abrazo típico, que
toma alrededor de 10 segundos.
La
idea es acercarse rápidamente, abrazarse por un lapso muy breve y
separarse en seguida.
Que
el riesgo sea bajo, no significa que no exista.
“El
riesgo es bajo cuando se hace ocasionalmente. No creo que debas ir
por ahí repartiendo abrazos todo el día. Limítalos para aquellas situaciones
afectivas que son realmente importantes”, dice Marr.
Después
del abrazo, es importante lavarse las manos con jabón.
“La única forma de eliminar el riesgo es no
hacerlo”
Julian
Tang, profesor del departamento de Ciencias Respiratorias de la Universidad de
Leicester, en Reino Unido, es más cauteloso a la hora de romper la barrera de
dos metros, dictada por las reglas de distancia social.
La
recomendación de mantener distancia social se ha hecho por algo, explica Tang.
“La transmisión a través del aire aumenta con la proximidad. Si te
abrazas no solo estás cerca de la otra persona, sino que la estás tocando. Solo
por eso es riesgoso”.
Por
otra parte, señala el investigador, se trata de un riesgo extremadamente
complicado de calcular, porque allí entran “demasiadas variables en juego”.

Tang
no niega los beneficios de un abrazo, pero los relativiza frente al peligro del
contagio.
“Puede
que los beneficios sean inmediatos, pero por ese beneficio a corto plazo, existe
el riesgo potencial de que la otra persona, (por ejemplo una madre o una abuela
en el abrazo con un niño) se infecte y, potencialmente, se muera, y ese es un
efecto permanente”, le dice el científico a BBC Mundo.
“Abrazar
conlleva un riesgo alto. Si alguien quiere o no quiere asumir ese
riesgo estará en función de los beneficios que cree que le puede aportar. Y eso
es una decisión personal”.
La
forma de eliminar este riesgo es, en su opinión, simplemente no
hacerlo.
Pero
si realmente crees que lo necesitas, y estás dispuesto a asumir los riesgos,
Tang considera que la manera de minimizarlos es, como sugiere Marr, mirar para
lados opuestos, con la cara por sobre el hombro del otro, y, además, contener
la respiración.
En
cuanto a hacerlo con una máscara puesta, Tang está en desacuerdo con Marr.
“El
problema con el tapabocas es cuando exhalas, la trayectoria del aire
cambia de dirección por la mascarilla. No va hacia adelante, sino hacia los
costados, y puede entrar en la zona donde respira la otra persona, por eso creo
que es importante contener la respiración”.
Por
otro lado, “todo lo que está atrapado por fuera de la mascarilla puede
contaminar el hombro o el cuello de la otra persona”.
El
problema, en su opinión, es que habría que mantener la respiración no solo
durante el abrazo sino también en el momento de acercarse y alejarse del otro,
que son los más peligrosos.
Y
pedirle a un niño o a un anciano, por ejemplo, que cumpla con estas indicaciones,
no es precisamente algo sencillo, aclara el investigador.
“Hay gente que necesita abrazos”
Daniel
Bonn, profesor de Física de la Universidad de Ámsterdam (Países Bajos),
reconoce que para mucha gente, incluso para él mismo, los beneficios para la
salud del contacto afectivo físico superan los riesgos, que pueden minimizarse
con una serie de pasos.
“Tienes
que ser muy cuidadoso una vez que entras en el espacio de la otra
persona“, dice, en referencia al momento en que cruzamos el umbral de la
distancia social.

“Y,
sobre todo, que sea breve, porque no sabes cuán bien te protege la mascarilla
que estás usando”, agrega.
“Evita
el contacto entre las manos, y una vez que termines, lávatelas”, dice con
insistencia, y sugiere incluso que la cara, puede lavarse también.
Aunque
requiere numerosos preparativos y debe coreografiarse cuidadosamente al punto
de que deja de ser un gesto de cariño espontáneo, Bonn no duda valga la pena.
“Hay gente
que necesita abrazos. Yo necesito los abrazos de mis hijos. Ellos ven
a otra gente y por tanto pueden contagiarse, aun así necesito abrazarlos”, le
explica a BBC Mundo.
“Solo
tienes que hacerlo con cuidado y es mejor al aire libre que en
un espacio cerrado. Pero no repartas abrazos. Guárdalos solo para quien te
resulte muy importante”.
Por: BBC News Mundo
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